El Polar Bear Plunge, que se podría traducir como “La zambullida del oso polar”, es algo de eso que se dice que se tiene que hacer, por lo menos, una vez en la vida.
El equipo al completo en la carpa común. |
Este evento, muy famoso por todo el estado de
Minnesota, aunque no sé si se lleva a la práctica en otros estados del norte de
Estados Unidos como Dakota del Norte, Wisconsin, Montana o Iowa, consiste en
saltar a las aguas de un lago congelado. Si bien todos los cuerpos de agua de
Minnesota están actualmente congelados, porque las temperaturas árticas así lo
quieren, unas máquinas perforadoras abren un agujero en la gruesa capa de hielo
para formar un rectángulo que bien podría considerarse una especie de piscina.
La "piscina" es un agujero perforado en la capa de hielo que cubre el lago. |
El evento en el que yo participé se llevó a cabo en
Minneapolis, concretamente en el lago Calhoun, el 1 de marzo, aunque ya se
habían celebrado en otras ciudades y pueblos desde mediados de enero, cuando
las temperaturas eran todavía más gélidas que ahora. Seguramente, todo el mundo
ha visto en televisión eventos similares que se llevan a cabo en Año Nuevo en
Alemania, Polonia o Moscú, Rusia, a temperaturas bastante bajas, aunque no hay
punto de comparación con saltar a -19, que es a lo que estábamos en el momento
del salto, aunque la sensación rozaba los -30.
Cuando llegué a las inmediaciones del lago estaba
muy nervioso. Tenía el corazón alterado como si fuera a hacer el examen más
importante de mi vida y no me tranquilizó ver coches de la policía y
ambulancias. A medida que nos acercábamos al recinto, se escuchaba el “three, two, one, gooooo!”, el grito de
guerra del locutor del evento que animaba a los participantes a saltar, y acto
seguido los alaridos de personas que estaban saltando en el agua.
Aunque los minnesotanos están todos bastante locos,
no dejan de ser seres humanos que podrían morir congelados a esas temperaturas,
máxime si saltan como si fuera verano. No obstante, y por esa razón, la zona está acondicionada para no estar como en
la playa en agosto a la intemperie. Así las cosas, pude quedarme simplemente
con unos pantalones de chándal y sin camiseta, que era como quería saltar, a
pecho descubierto, bien valiente, pero la temperatura incluso dentro de las
carpas era bastante frío.
Aquí seguimos en la zona común. |
Cuando dejamos la zona común, donde se reunían saltadores, familiares y público, la mayoría ya
preparados como íbamos a saltar, nos dirigimos a otras carpas a las que tenían
acceso solamente los locos que saltábamos. En total, éramos 900 saltadores. Si el área metropolitana de Minneapolis tiene 3,5 millones de habitantes, eso significa que saltamos el 0,025% de las personas (es decir, los más locos o insensatos). Ahí sí que hacía frío, pero mi
corazón iba a 100 por hora, así que eso me mantenía más o menos en alerta y
caliente. Además, el hecho común de que todos íbamos a saltar nos hacía estar más calientes. Las filas de personas iban avanzando hasta que, finalmente, llegamos
a la puerta de salida al infierno. Allí tuvimos una breve charla con las dos
vigilantes de seguridad y, cuando nos abrieron las puertas, salimos todos con
paso decidido afuera, como gladiadores antes de un combate. Allí estaba el
agujero abierto en el hielo, varios miembros de seguridad, el speaker y detrás la gente que animaba. Nos colocamos todo el equipo en fila, uno al lado
del otro, nos agarramos las manos y al three,
two, one, goooo! saltamos todos a la vez.
Instantes previos al salto. |
Al saltar, me resbalé con el hielo y me quedé detrás de todos. |
La sensación que se siente no es
fácil de describir. Algunos dicen que es como recibir cientos de cuchilladas
por todo el cuerpo. Yo no sentí eso, realmente no duele, pero la mente se me
bloqueó. Al contacto con el agua, no pude reaccionar y me hundí por completo,
cabeza incluida (también influyó que al saltar me resbalé con una placa de
hielo y caí de plancha). Cuando emergí, me había quedado
detrás de todos mis compañeros. Se hacía difícil pensar y no prestaba atención a toda
la gente que había en el público.
Al instante de saltar, ya iba último. |
Se pueden apreciar las estalactitas (o carámbanos) de hielo en las escaleras. |
La lucha por la supervivencia: salir de la piscina. |
Simplemente estaba focalizado en llegar a las
escaleras, que se antojaban muy lejanas, especialmente cuando intentas correr
dentro del agua, y solamente escuchaba los gritos de alguna chica que había
saltado conmigo. Cuando llegué a las escaleras, éstas eran un cúmulo de gente
que intentaba salir sin resbalarse e incluso los pasamanos tenían estalactitas
de hielo colgando del agua que se había ido acumulando. Al salir, no recuerdo si hacía más o menos frío que al
entrar, simplemente quería calentarme, aunque se hacía muy difícil correr
porque el suelo era puro hielo resbaladizo. Días antes de saltar, decía, como se suele decir, "maricón el último que salga de la piscina". Me habría comido mis propias palabras. Si se hubiera tratado de un concurso por la supervivencia en mitad de la selva o del desierto, obviamente me hubiera extinguido por completo.
Saliendo del agua. |
El suelo estaba tan resbaladizo que no se podía ni correr. |
Otros años los participantes habían gozado de saunas
y jacuzzis, pero este año, por alguna razón no había nada, así que tuvimos que
correr hasta las carpas otra vez. Allí, como dije, se estaba calentito, aunque
los pies no me los sentía. Allí nos secamos, nos cambiamos la ropa y nos
largamos tal como habíamos llegado.
Narré la historia como si fuera una batalla de
gladiadores y el salto a la piscina y el salir del agua como una batalla de la
Segunda Guerra Mundial, como algo a vida o muerte, pero a veces me sale la vena
narrativa. Creéroslo, fue tal como lo describí, desde mi experiencia personal.
¿Lo repetiría? Claro que sí.