domingo, 2 de marzo de 2014

Polar Plunge


El Polar Bear Plunge, que se podría traducir como “La zambullida del oso polar”, es algo de eso que se dice que se tiene que hacer, por lo menos, una vez en la vida.

El equipo al completo en la carpa común.
Este evento, muy famoso por todo el estado de Minnesota, aunque no sé si se lleva a la práctica en otros estados del norte de Estados Unidos como Dakota del Norte, Wisconsin, Montana o Iowa, consiste en saltar a las aguas de un lago congelado. Si bien todos los cuerpos de agua de Minnesota están actualmente congelados, porque las temperaturas árticas así lo quieren, unas máquinas perforadoras abren un agujero en la gruesa capa de hielo para formar un rectángulo que bien podría considerarse una especie de piscina.

La "piscina" es un agujero perforado en la capa de hielo que cubre el lago.
El evento en el que yo participé se llevó a cabo en Minneapolis, concretamente en el lago Calhoun, el 1 de marzo, aunque ya se habían celebrado en otras ciudades y pueblos desde mediados de enero, cuando las temperaturas eran todavía más gélidas que ahora. Seguramente, todo el mundo ha visto en televisión eventos similares que se llevan a cabo en Año Nuevo en Alemania, Polonia o Moscú, Rusia, a temperaturas bastante bajas, aunque no hay punto de comparación con saltar a -19, que es a lo que estábamos en el momento del salto, aunque la sensación rozaba los -30.

Cuando llegué a las inmediaciones del lago estaba muy nervioso. Tenía el corazón alterado como si fuera a hacer el examen más importante de mi vida y no me tranquilizó ver coches de la policía y ambulancias. A medida que nos acercábamos al recinto, se escuchaba el “three, two, one, gooooo!”, el grito de guerra del locutor del evento que animaba a los participantes a saltar, y acto seguido los alaridos de personas que estaban saltando en el agua.

Aunque los minnesotanos están todos bastante locos, no dejan de ser seres humanos que podrían morir congelados a esas temperaturas, máxime si saltan como si fuera verano. No obstante, y por esa razón, la zona está acondicionada para no estar como en la playa en agosto a la intemperie. Así las cosas, pude quedarme simplemente con unos pantalones de chándal y sin camiseta, que era como quería saltar, a pecho descubierto, bien valiente, pero la temperatura incluso dentro de las carpas era bastante frío.

Aquí seguimos en la zona común.
Cuando dejamos la zona común, donde se reunían saltadores, familiares y público, la mayoría ya preparados como íbamos a saltar, nos dirigimos a otras carpas a las que tenían acceso solamente los locos que saltábamos. En total, éramos 900 saltadores. Si el área metropolitana de Minneapolis tiene 3,5 millones de habitantes, eso significa que saltamos el 0,025% de las personas (es decir, los más locos o insensatos). Ahí sí que hacía frío, pero mi corazón iba a 100 por hora, así que eso me mantenía más o menos en alerta y caliente. Además, el hecho común de que todos íbamos a saltar nos hacía estar más calientes. Las filas de personas iban avanzando hasta que, finalmente, llegamos a la puerta de salida al infierno. Allí tuvimos una breve charla con las dos vigilantes de seguridad y, cuando nos abrieron las puertas, salimos todos con paso decidido afuera, como gladiadores antes de un combate. Allí estaba el agujero abierto en el hielo, varios miembros de seguridad, el speaker y detrás la gente que animaba. Nos colocamos todo el equipo en fila, uno al lado del otro, nos agarramos las manos y al three, two, one, goooo! saltamos todos a la vez. 

Instantes previos al salto.
Al saltar, me resbalé con el hielo y me quedé detrás de todos.
La sensación que se siente no es fácil de describir. Algunos dicen que es como recibir cientos de cuchilladas por todo el cuerpo. Yo no sentí eso, realmente no duele, pero la mente se me bloqueó. Al contacto con el agua, no pude reaccionar y me hundí por completo, cabeza incluida (también influyó que al saltar me resbalé con una placa de hielo y caí de plancha). Cuando emergí, me había quedado detrás de todos mis compañeros. Se hacía difícil pensar y no prestaba atención a toda la gente que había en el público.

Al instante de saltar, ya iba último.


Se pueden apreciar las estalactitas (o carámbanos) de hielo en las escaleras.
La lucha por la supervivencia: salir de la piscina.
Simplemente estaba focalizado en llegar a las escaleras, que se antojaban muy lejanas, especialmente cuando intentas correr dentro del agua, y solamente escuchaba los gritos de alguna chica que había saltado conmigo. Cuando llegué a las escaleras, éstas eran un cúmulo de gente que intentaba salir sin resbalarse e incluso los pasamanos tenían estalactitas de hielo colgando del agua que se había ido acumulando. Al salir, no recuerdo si hacía más o menos frío que al entrar, simplemente quería calentarme, aunque se hacía muy difícil correr porque el suelo era puro hielo resbaladizo. Días antes de saltar, decía, como se suele decir, "maricón el último que salga de la piscina". Me habría comido mis propias palabras. Si se hubiera tratado de un concurso por la supervivencia en mitad de la selva o del desierto, obviamente me hubiera extinguido por completo.

Saliendo del agua.
El suelo estaba tan resbaladizo que no se podía ni correr.

Otros años los participantes habían gozado de saunas y jacuzzis, pero este año, por alguna razón no había nada, así que tuvimos que correr hasta las carpas otra vez. Allí, como dije, se estaba calentito, aunque los pies no me los sentía. Allí nos secamos, nos cambiamos la ropa y nos largamos tal como habíamos llegado.

Narré la historia como si fuera una batalla de gladiadores y el salto a la piscina y el salir del agua como una batalla de la Segunda Guerra Mundial, como algo a vida o muerte, pero a veces me sale la vena narrativa. Creéroslo, fue tal como lo describí, desde mi experiencia personal. ¿Lo repetiría? Claro que sí.