martes, 7 de enero de 2014

Nueva York: Parte 1/2

Para explicar mi viaje a Nueva York y Washington DC, necesitaré mucho espacio y tiempo, así que he decidido dividir mi viaje en dos partes, a saber: 1) del día 25 al 28 y 2) del 29 al 1. Así las cosas, en esta primera entrada describiré la primera parte del viaje.

Bye, bye, frío minnesotano.
Nueva York ha sido espectacular, aunque mis sensaciones fueron de menos a más, más que nada por haber empezado mis visitas desde los barrios bajos de la ciudad. Nueva York nunca fue una prioridad turística dentro de mi agenda, pero ya que estaba en Estados Unidos, ¿qué menos que visitar la capital del mundo?

Mi viaje comenzó el 25 de diciembre en el aeropuerto de Minneapolis. Mi avión estaba previsto que despegara a las 11:00 am, pero se retrasó más de tres horas por las condiciones climáticas de Nueva York, que es desde donde venía. En ese lapso de tiempo, como es normal en mí, sentí hambre y decidí comprarme un bocadillo de pollo, lechuga, tomate y cebolla. Como parecía bastante saludable, no sentí la necesidad de mirar la etiqueta con la información nutricional. Pero cuando la observé detalladamente, pensé seriamente en tirarlo a la basura directamente: 970 calorías. ¿Qué necesidad hay de meter mahonesa y otras salsas a un bocadillo nutritivo para destrozarlo? Ok, never mind. Aquella basura de bocadillo iba a ser el preludio de toda la porquería que iba a meterme en Nueva York. Cuando llegué a Nueva York, las 19:00, tardé otras dos horas en llegar a Manhattan averiguando cómo salir del aeropuerto de Newark y coger el tren correcto que me llevara a la Gran Manzana y no al Polo Norte. Total, llegué pasadas las 21:00 al hotel (al zulo-ratonera) y sin ganas de nada. Además, me esperaba una discusión con el responsable del hotel porque por lo visto las habitaciones eran zulos mugrientos y tuvimos que exigir cambios de zulos. Whatever...

Nuestro viaje por Nueva York comenzó oficialmente, que no técnica, el día 26 por los barrios bajos. Nuestro hotel estaba situado en un barrio donde veías ratas del tamaño de gatos domésticos correteando entre las bolsas de basura acumuladas en la calle. Y es que en Nueva York no vi ni un solo contenedor de basuras. El metro también está en un estado deplorable, aunque mi relación de amor-odio con él es otra historia. Lo primero que vimos fue el Ayuntamiento, que no tiene nada de especial, y, a continuación, la Zona Cero, donde nos hicimos cientos de fotografías delante de obras, vallas y grúas. Lo que tienen ahí montado me parece una frivolidad y es algo lamentable porque, además de cobrarte entrada por ver los dos agujeros, hay museos y tiendas de regalos dedicados a esa desgracia. Yo, por mi parte, me negué a pagar por ver o comprar algo relacionado con un desastre en el que murieron más de tres mil personas y no quise participar en ese negocio sucio que tiene la ciudad. Además de eso, también contemplamos el One World Trade Center, el edificio más alto de los Estados Unidos (superando a la Torre Willis de Chicago) y segundo de América del Norte por detrás de la CN Tower de Toronto.

St. Paul church
New York City Hall (Ayuntamiento)
One World Trade Center
Obras de la Zona Cero
A todo esto, ya nos habíamos encontrado con Carles y Álex, dos amigos que venían desde Barcelona. Después de ver la Zona Cero, seguimos caminando por los alrededores para ver Wall Street y el famoso toro de bronce, donde fue más difícil echarse una fotografía que con Barack Obama. Habiendo 1.200 millones de habitantes en China, no es difícil que 30 de ellos rodeen por completo al toro y no te dejen ver su cara. Seguidamente, bajamos hasta Battery Park, muelle desde donde salen los barcos a la Estatua de la Libertad, para verla desde lejos. No me preocupaba... el día 31 iba a ir yo hasta sus faldas para besarle los pies. Tras estar en el punto más al sur de Manhattan, nos movimos hacia el sureste para cruzar el Puente de Brooklyn, aunque tardamos casi dos horas en cruzarlo por echarnos cien fotos cada veinte metros. Sin contar el tiempo para "instagramearlas", pero valió la pena, pues el skyline es guapísimo. Allí en Brooklyn queríamos ir a comer a un restaurante bastante famoso, aunque yo desconocía. Yo estaba ya muerto de hambre, pero casi muero literalmente cuando vi la cola que había para entrar. Descartando esa opción, nos metimos en otro restaurante italiano cercano. Moría por un plato de pasta para tener algo de hidratos de carbono y vencer la pérdida de peso que estaba sufriendo ese día, pero se me cayó todo al suelo cuando vi que mi plato tenía seis putos raviolis contados. ¡Seis! Y pagué 18 dólares por la comida. La mafia aún existe, por lo que pude comprobar.

Wall Street
Wall Street



Puente de Brooklyn
Puente de Brooklyn
Welcome to Brooklyn
Puente de Brooklyn anocheciendo.
Tras salir del restaurante con más hambre de la que había entrado, volvimos a cruzar el Puente de Brooklyn y al pisar tierra firme en Manhattan ya era de noche. Esa tarde estuvimos viendo Bryant Park, con su árbol de Navidad y su pista de hielo, el Rockefeller Center, con su árbol de Navidad y su pista de hielo aún más impresionantes, la Grand Central Terminal, Broadway y Times Square, las tres a cual más espectacular. Siempre había visto la pista de hielo y el árbol de Rockefeller en fotografías, pero verlo en directo fue espectacular, aunque había también un gentío impresionante. Y, por supuesto, las fotos con Times Square de fondo tampoco se hicieron esperar.

Grand Central Terminal
Árbol de Navidad de Rockefeller Center
Pista de hielo del Rockefeller Center
Árbol con Rockefeller Center
Rockefeller Center
Times Square
Times Square
Times Square
El día 27 nuestra primera intención era visitar el Empire State building y subir, por un módico precio, hasta arriba. No obstante, cometí el imperdonable error de salir por el barrio del SoHo con mis compañeras y me comí dos horas de compras (es broma, os quiero mucho). Aunque ya me estuvo bien, porque si no subí a la Torre Sears de Chicago, tampoco iba a subir al Empire State y comerme cuatro horas de cola (destaco por mi impaciencia). Ese día paseamos por la Quinta Avenida y bajamos caminando desde la puerta del Empire State hasta Flatiron Building, un edificio delgadísimo, y Madison Square Park. A continuación, visitamos el Chelsea Market y High Line, una antigua línea ferroviaria que ahora tiene unos jardines y unas bonitas vistas. Así de simple. Por la noche, acabamos visitando Central Park y haciéndonos unas fotografías con el skyline neoyorkino de fondo y el Lincoln Center, aunque en éste último no nos perdimos absolutamente nada.

Puerta del Empire State
Empire State
Empire State
Flatiron Building


Central Park



El día 28 llegó lo que tanto había estado esperando, mi principal razón de mi viaje a Nueva York: correr por Central Park. Si todo musulmán tiene que ir a La Meca una vez en la vida, todo runner tiene que correr, por lo menos, una vez en su vida por Central Park. No obstante, aunque al final corrimos más de trece kilómetros, fue un postureo fotográfico en su totalidad. Y pensar que pude perdérmelo me hace casi llorar. Como dije, mi relación con el metro de Nueva York es de amor-odio. La boca de metro que había al lado de nuestro hotel solamente iba dirección Downtown (esto es, hacia el sur) en ambas vías (con lo fácil que es poner una vía para cada sentido como en Madrid o Barcelona). Perdí diez minutos hasta que averigüé cómo ir dirección Uptown hasta la parada de Rockefeller Center. Ahí, las vías se bifurcaban en tres direcciones: la primera, directa a Harlem; la segunda, también tiraba para arriba, pero en diferente dirección; la tercera, giraba a la derecha e iba hasta Brooklyn. Esta tercera era la línea que tenía que coger, pero me equivoqué y cogí el que iba dirección Harlem y, para colmo, era express, es decir, que no paraba en todas las estaciones. Cuando me di cuenta, estaba en Harlem y ya llegaba tarde por media hora. Ése era mi mayor problema, que por la misma vía pasan metros que se dirigen en distintas direcciones y algunos son express (no paran en todas las estaciones) y otros son locales (sí lo hacen). Quería llorar. Tuve que volver rápido para atrás otra vez en el metro express y, al final, me dejó diez manzanas más arriba de donde había quedado con Carles y Alex, así que mi running comenzó allí, en Lexington Ave con la 61st. Llegué una hora tarde, me los encontré de casualidad, pero al final pude saborear correr por Central Park.

Postureo running.
100% postureo.
Parece que me esté dejando la vida, pero es postureo.

A pesar de que el running fue una sesión fotografica en su totalidad, como digo, acabamos marcándonos nada más y nada menos que 13 kilómetros. Aunque eso sí, el ritmo fue bajo, bajo. Tan bajo que incluso estaba más cómodo corriendo que tumbado en el sofá de mi casa. Solamente me hubiera faltado sostener una caipirinha en la mano. Carles y yo llamamos a ese ritmo de carrera "salir a recuperar". Solemos hacerlo después de algunas sesiones seguidas y muy intensas de running por el mero hecho de descansar y recuperarte. Pero, ¿por qué no descansar y recuperarte en el sofá de tu casa? Es una sensación que también sentimos cuando corremos por montaña. No hay nada más relajante que descansar mientras corres cuesta abajo después de dejarte las piernas cuesta arriba. Bueno, cosas de runners, jajajaja.


Al final, con la tontería, corrimos más de 13 kilómetros.
El resto del día lo pasé con Carles y Álex, mientras mis compañeros iban a un museo. Paseando por la Quinta Avenida, y tras ver el Chrysler building, nos metimos en la estación de Grand Central para dirigirnos de nuevo a la Zona 0. Alex y Carles querían entrar a ver los dos agujeros de las Torres Gemelas pero yo me desquicié haciendo cola, con mi impaciencia, y me salí. Luego nos dimos cuenta que la entrada era con ticket anticipado, así que nos salimos de ese bullicio y nos dirigimos hacia el extremo oeste de Manhattan para ver el ocaso sobre el río Hudson con New Jersey al fondo.

Metro neoyorquino, mi mayor enemigo.
Memorial a las víctimas del 11/9
Memorial 11/9

Río Hudson y New Jersey
Ocaso
Una vez anochecido, cogimos de nuevo el metro para ir a Little Italy y Chinatown. Little Italy, que otrora había ocupado un espacio considerable por ser la residencia de todos los inmigrantes italoamericanos, ahora es un reflejo de lo que había sido reducido a dos o tres calles, siendo Mulberry St. su calle principal. ¿La razón? El imparable avance de Chinatown, que, como una marabunta de hormigas legionarias, devoran todo a su paso. Casi al final de Mulberry St., hay un cartel Welcome to historic Little Italy, aunque 40 metros adelante te encuentras otro de Welcome to Chinatown. Así las cosas, seguimos bajando por dicha calle para adentrarnos en Chinatown. Chinatown es una porción de China dentro de Estados Unidos. Podrías vivir allí perfectamente sin la necesidad de hablar inglés. El ambiente cambia radicalmente y todos los carteles que ves están en chino, hasta los McDonald's, los conductores de autobús son chinos e, incluso, la policía es china. Pero esto es la Chinatown comercial... debajo del puente de Manhattan, sin cruzarlo, se extiende la verdadera Chinatown, un suburbio escondido de los ojos de los turistas. Eso sí que es China realmente. No sé qué negocios habrá allí, pero un paseo por sus calles me permitió ver pequeñas escaleritas, oscuras, húmedas y sucias, que llevaban a sótanos que, a ojos del transeúnte, eran pequeños comercios. No obstante, fue todo muy curioso y bonito. Sinceramente, me daba la sensación de estar en Shangai, no en Nueva York.

Chinatown
McDonald's chino
Welcome to Chinatown, xuliiis

Welcome to Little Italy

Hasta aquí, la primera parte de mi viaje a Nueva York. Próximamente, la segunda parte. En la segunda parte del viaje, quedan por explicar cosas tan interesantes como la escapada a Washington D.C., la visita a la Estatua de la Libertad y a Ellis Island, la despedida de fin de año, etc.

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